¡Vaya obsesión tenían estos romanos con medir el tiempo! Mientras investigo sobre sus métodos, no puedo evitar pensar lo complicada que habría sido mi vida si hubiera nacido en aquella época. Imagínate tener que calcular horas que cambian de duración según la estación... ¡un verdadero dolor de cabeza!
Los romanos dividían el día en 24 horas, pero lo hacían de una manera que hoy nos parecería absurda: 12 horas para el día y 12 para la noche, sin importar su duración real. Así que en verano, una "hora" diurna podía durar 75 minutos mientras que una nocturna apenas 45. ¿Y cómo demonios quedabas con alguien? "Te veo a la sexta hora del día" podía significar cualquier cosa dependiendo de la época del año.
Sus relojes de sol o "solaria" eran bonitos, sí, pero totalmente inútiles con mal tiempo o de noche. ¿Y qué hacían entonces? Usaban clepsidras, unos cacharros con agua que goteaba para medir el tiempo. Imagina la frustración cuando se te olvidaba rellenarla o cuando se congelaba en invierno. La tecnología romana, tan avanzada para algunas cosas, era ridículamente primitiva para otras.
Julio César, ese dictador con aires de grandeza, decidió cambiar todo el calendario en el 46 a.C. No contento con conquistar medio mundo, quiso controlar hasta el tiempo mismo. Al menos su calendario juliano era más preciso que el anterior, hay que reconocerlo, aunque seguía arrastrando errores que acabarían acumulándose con los siglos.
Lo que me parece más irónico es que esta civilización, tan obsesionada con la precisión en sus construcciones, viviera con un sistema horario tan impreciso. Quizás refleja esa dualidad romana: pragmáticos para lo que les interesaba, pero tercos en mantener tradiciones aunque fueran ilógicas.
Su legado persiste hoy, aunque hayamos corregido sus errores. Usamos su división de 24 horas, sus nombres de meses... Pero al menos ahora una hora es una hora, independientemente de cuándo salga el sol.
En fin, estos métodos romanos para medir el tiempo son fascinantes, pero también muestran lo arbitrarios que podemos ser los humanos al dividir algo tan fluido como el tiempo. Y pensar que se consideraban la civilización más avanzada... ¡y ni siquiera podían ponerse de acuerdo en cuánto duraba una hora!
Esta página puede contener contenido de terceros, que se proporciona únicamente con fines informativos (sin garantías ni declaraciones) y no debe considerarse como un respaldo por parte de Gate a las opiniones expresadas ni como asesoramiento financiero o profesional. Consulte el Descargo de responsabilidad para obtener más detalles.
El Tiempo en el Imperio Romano: Una Visión Personal
¡Vaya obsesión tenían estos romanos con medir el tiempo! Mientras investigo sobre sus métodos, no puedo evitar pensar lo complicada que habría sido mi vida si hubiera nacido en aquella época. Imagínate tener que calcular horas que cambian de duración según la estación... ¡un verdadero dolor de cabeza!
Los romanos dividían el día en 24 horas, pero lo hacían de una manera que hoy nos parecería absurda: 12 horas para el día y 12 para la noche, sin importar su duración real. Así que en verano, una "hora" diurna podía durar 75 minutos mientras que una nocturna apenas 45. ¿Y cómo demonios quedabas con alguien? "Te veo a la sexta hora del día" podía significar cualquier cosa dependiendo de la época del año.
Sus relojes de sol o "solaria" eran bonitos, sí, pero totalmente inútiles con mal tiempo o de noche. ¿Y qué hacían entonces? Usaban clepsidras, unos cacharros con agua que goteaba para medir el tiempo. Imagina la frustración cuando se te olvidaba rellenarla o cuando se congelaba en invierno. La tecnología romana, tan avanzada para algunas cosas, era ridículamente primitiva para otras.
Julio César, ese dictador con aires de grandeza, decidió cambiar todo el calendario en el 46 a.C. No contento con conquistar medio mundo, quiso controlar hasta el tiempo mismo. Al menos su calendario juliano era más preciso que el anterior, hay que reconocerlo, aunque seguía arrastrando errores que acabarían acumulándose con los siglos.
Lo que me parece más irónico es que esta civilización, tan obsesionada con la precisión en sus construcciones, viviera con un sistema horario tan impreciso. Quizás refleja esa dualidad romana: pragmáticos para lo que les interesaba, pero tercos en mantener tradiciones aunque fueran ilógicas.
Su legado persiste hoy, aunque hayamos corregido sus errores. Usamos su división de 24 horas, sus nombres de meses... Pero al menos ahora una hora es una hora, independientemente de cuándo salga el sol.
En fin, estos métodos romanos para medir el tiempo son fascinantes, pero también muestran lo arbitrarios que podemos ser los humanos al dividir algo tan fluido como el tiempo. Y pensar que se consideraban la civilización más avanzada... ¡y ni siquiera podían ponerse de acuerdo en cuánto duraba una hora!